Carmen: Remedios Caseros
Carmen de la Rosa es una mujer cuyo nombre resuena con fuerza en la comunidad de Maguana Arriba. Con una vida dedicada al calvario, o la misión de Liborio Mateo, Carmen es mucho más que una misionera; es una guardiana de tradiciones, sanadora y guía espiritual para quienes buscan consuelo.
Carmen de la Rosa, San Juan de la Maguana
Al llegar a su hogar, somos recibidos por un coro vibrante de cigarras. Una casa decorada con lunares azules se erige sobre una colina, con vistas a un frondoso bosque tropical. Con musgo colgante meciéndose de los árboles arriba, entramos en lo que parece un sueño, donde los reinos humano y espiritual se encuentran. Un lugar sagrado, donde cada piedra, planta y ser vivo lleva consigo un profundo significado. Un espacio cargado de enseñanzas ancestrales y relatos que han sido transmitidos de generación en generación.
Un Nombre, Una Misión, y Un Sueño
Carmen nos sirve café, batata y queso casero para el desayuno. Sus nietos bailan alrededor de la mesa mientras planeamos nuestra filmación.
“Llegamos aquí por un sueño,” nos cuenta.
Hernandes, el padre de los hijos de Carmen, fue quien los llevó a la misión de Liborio Mateo tras recibir un mensaje en un sueño. “Se soñó una noche,” cuenta Carmen, “dijo que le diste este hombre: vente para la Maguana, al calvario de Liborio Mateo. Espérame allí.” Para él, esta revelación fue clara, y aunque Carmen no tuvo el mismo sueño, lo siguió en su camino.
El Profeta que Sanaba
Carmen nos lleva al corazón del calvario, su altar. Bajo un techo adornado con festones de papel recortado, los vibrantes colores azul, amarillo y rojo llenan el espacio. Velas encendidas proyectan su luz sobre imágenes cuidadosamente dispuestas de santos, reflejando una fusión de espiritualidades católicas, taínas y africanas. Vemos tres tambores azules, o palos, reposan como guardianes del ritmo sagrado, mientras una gran imagen de Liborio Mateo preside la sala, su mirada penetrante testigo de la devoción que lo mantiene vivo.
Carmen es una seguidora dedicada de la religión liborista, una práctica espiritual basada en las enseñanzas de Olivorio Mateo, conocido como Papá Liborio. Nacido en el siglo XIX en la República Dominicana, Liborio fue un sanador y líder religioso que fundó un movimiento de resistencia tanto espiritual como política en las montañas de San Juan de la Maguana. “Liborio fue un hombre igual que nosotros, pero fue un hombre que dios le dio poder… para que sanara los enfermos",” explica Carmen. Su doctrina combinaba creencias cristianas con conocimientos indígenas y africanos, promoviendo la sanación a través de plantas medicinales, rituales y la conexión con lo divino.
Una foto de Liborio Mateo después de su asesinato en el altar de Carmen, conmemorando su sacrificio.
El liborismo no solo se centraba en la fe y la sanación, sino también en la autonomía y la justicia social. Liborio estableció una comunidad autosuficiente basada en la igualdad y la solidaridad, lo que eventualmente atrajo la persecución de las autoridades, especialmente durante la ocupación estadounidense de la República Dominicana (1916-1924). Las fuerzas de ocupación lo consideraban una amenaza, y en 1922, fue asesinado por soldados dominicanos bajo las órdenes de los estadounidenses.
A pesar de su muerte, su legado sigue vivo en el liborismo, que continúa practicándose hoy en día. Sus seguidores creen en su poder milagroso y lo veneran como un profeta. La religión liborista incorpora peregrinaciones a lugares sagrados, Cantos rituales al ritmo de tambores, y el uso de remedios naturales para la curación. Fue en este mismo calvario donde el propio Liborio sanaba a las personas sobre una piedra sagrada y oraba bajo su árbol de cerezo. Como misionera del calvario de Liborio Mateo, Carmen se dedica a preservar estas tradiciones, acogiendo a quienes buscan sanación, protección y conexión con la espiritualidad de Liborio.
En este video, vemos a Carmen orando mientras está sentada sobre la piedra de Liborio. Este gesto resuena con la mitología taína, que consideraba ciertas piedras como cemíes: esculturas sagradas que albergaban deidades o espíritus ancestrales. Los cemíes eran venerados como entidades vivas, y su presencia era fundamental en rituales de sanación, fertilidad y conexión espiritual.
Dibujo de los caciques Caonabo y Anacaona en el Altar de Carmen
Dentro de sus prácticas también se reconoce la espiritualidad de las 21 Divisiones, un sistema de creencias que consiste de tres divisiones de espíritus: las católicas, las indígenas, y las africanas. Cada división refleja un aspecto de la vida y la naturaleza: el cielo, el agua, y la tierra. En el altar de Carmen, además de la figura de Papá Liborio, se honra también a Anacaona, la gran poeta y cacica taína de Xaragua, símbolo de resistencia, dignidad y sabiduría femenina. Junto a ella, se venera a Caonabo, su esposo y cacique de Maguana, recordado por su lucha contra la colonización española. Ambos son invocados como protectores del territorio, guardianes de la memoria indígena y espíritus que acompañan a los caminantes del calvario.
También se siente la presencia de El Rey del Agua, espíritu poderoso dentro de las 21 Divisiones, vinculado a los ríos, las lluvias y las profundidades místicas del mundo natural. Es él quien limpia, sana y renueva.
En este cruce de caminos espirituales, el liborismo se manifiesta como una cosmovisión compleja y profundamente caribeña. Estas raíces católicas, africanas, y tainas no se yuxtaponen; se fusionan en una experiencia espiritual única que honra la memoria, el territorio y el cuerpo como espacios sagrado. Para Carmen, el calvario no es solo un lugar de fe: es un portal. Y Liborio, más que un líder del pasado, es una presencia viva, constante, milagrosa.
Carmen nos entrega a cada uno una vela de cera de abeja hecha a mano, mientras se mantiene de pie sobre tres cruces pintadas de azul, que representan al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Con el tañido de una campana, invoca a los espíritus, llamándolos a unirse a nosotros en oración.
El Legado de Reina Alejandro Jimenez
En el altar de la misión, entre velas titilantes e imágenes sagradas, hay otra presencia que sigue viva en la memoria de todos: Reina Alejandro Jiménez.
Hernandez mostrando una foto de Reina del altar
“Estoy aquí , haciendo todo lo que la misionera Reina Alejandro hacía", dice Carmen con orgullo. Reina Alejandro Jiménez dedicó 40 años de su vida a la misión de Liborio en Maguana Arriba, entregándose por completo al servicio de quienes llegaban en busca de refugio, sanación y fe.
Su misión era recibir a la gente con amor. Los peregrinos llegaban y podían quedarse semanas, y ella se aseguraba de que no les faltara nada. Les daba café, comida y un lugar donde descansar. Aunque la tradición era dormir en el suelo, Reina les preparaba camas con colchas y sábanas, ofreciendo un gesto de cuidado que hacía sentir a cada visitante como en casa.
Con el paso del tiempo, cuando Reina envejeció, reconoció en Carmen a su sucesora. “Usted es la que se va a quedar aquí,” le dijo, confiándole la responsabilidad de continuar su labor. Desde entonces, Carmen ha seguido sus pasos, recibiendo a quienes llegan con la misma calidez. “Yo le doy mucho cariño a la gente. Yo los recibo, les doy café, les doy comida. La gente que no cabe en la iglesia, hasta me la llevo a mi casa y dormimos allí.”
Han pasado más de 16 años desde la muerte de Reina Alejandro Jiménez, pero su espíritu sigue presente en la misión. Aún hoy, la gente llega preguntando por ella, recordándola con cariño. “Ella era una señora muy buena. Todo el mundo la quería.” Y aunque Reina ya no esté físicamente, su labor continúa viva en las manos y el corazón de Carmen.
Sabiduria Terrenal
“Ella me enseñó a mí a hacer el bebedizo,” recuerda Carmen. Se refiere a un remedio embotellado hecho a base de plantas medicinales que se infusionan en agua caliente, utilizado para aliviar y curar todo tipo de enfermedades. Juntas, Reina y Carmen caminaban por los ríos, recogiendo cortezas y raíces, mientras Reina le decía: Mire, todos esos palos es que usted va a coger para hacer el bebedizo el día que yo muera. Ya anciana, sabía que su tiempo en la tierra llegaba a su fin, pero se aseguraba de que su sabiduría no se perdiera. Desde entonces, Carmen ha continuado la tradición. Prepara bebedizos remedios medicinales que, asegura, han sanado a muchos. “La gente que se bebe estas medicinas se sana,” dice con convicción.
Después del desayuno, comenzamos nuestro descenso hacia el bosque. Liderando el camino, Carmen y sus nietos bajan por una empinada colina de tierra, mientras Ale, Irka y yo seguimos detrás. Envuelto en una manta verde, nos sumergimos en un mundo interconectado, donde somos solo diminutas partículas en un universo mucho más grande.
Con su machete y su bolsa blanca de recolección en mano, Carmen identifica algunas plantas medicinales. Antes de recogerlas, pide permiso. “Bueno, vamos a coger estas plantas, pidiéndole permiso a la tierra, que es la que las produce, para yo hacer esa medicina que hago,” dice con respeto y gratitud.
Cortando hojas, corteza, raíces y tallos, la bolsa blanca de Carmen se transforma en un receptáculo de los regalos curativos de la madre tierra: Cadillo de perro, juana la blanca, brusca dulce, raíz de nigua, cada una con su poder ancestral único para sanar el cuerpo y el alma. Así, el conocimiento que la Reina le confió sigue vivo, fluyendo como los ríos donde una vez recogieron juntas las medicinas de la tierra.
Nos dirigimos hacia el río. Carmen se quita los zapatos y comienza a cruzar, pisando de una piedra a otra a lo largo del lecho del río. Sus pies se aferran con cuidado a cada roca, encajando con precisión, como si recordaran cada paso dado, como si el camino mismo guardará la memoria de las incontables veces que ha cruzado por allí. Mientras recolecta las plantas medicinales que crecen entre las piedras y la orilla, sus nietos se lanzan al río. Juegan, ríen y chapotean con alegría, sus voces llenando el aire como una canción viva. La escena es un puente entre generaciones: Carmen, recogiendo la medicina con el mismo cuidado que un rezo, y los niños, danzando con el río, como si supieran que también ellos, algún día, serán guardianes de esta sabiduría.
Carmen cruza un puente sobre el rio
Regresamos al calvario, cruzando ríos, puentes y senderos serpenteantes marcados por el tiempo y las pisadas. En la cima de la colina, Carmen extiende su cosecha sobre las rocas tibias junto a su casa—un tapiz vibrante de plantas medicinales, cada una con su propio color, forma y carácter. Hojas de todos los tonos—verdes profundos y brillantes junto a raíces retorcidas y fragmentos de corteza rugosa. Tantas variedades, cada una con su propia cura.
Donde el agua se vuelve medicina
Plantas medicinales
Al amanecer, Carmen está lista para comenzar la transformación. Con la ayuda de una vecina, Carmen lleva todas las plantas hasta los fogones detrás de su casa. Comienzan a lavarlas por tandas, sumergiéndolas en agua fresca. Van y vienen desde la llave, balde tras balde, en un vaivén constante. Cada grupo de plantas se enjuaga con cuidado, liberándolas del polvo del camino y preparándolas para convertirse en medicina.
Carmen mostrando su colección de hierbas y especies
Con manos firmes y machetes afilados, pelan, descortezan y cortan con una velocidad sorprendente—cada corte preciso, eficiente. Solo lo más potente, lo más sanador, irá al bebedizo. Una vez limpias y preparadas, las plantas se colocan en el caldero, que ya humea suavemente sobre el fuego. El aire empieza a cambiar, lleno del aroma terroso de la medicina. Carmen abre varios paquetitos de hierbas secas—las que no pudo recolectar del monte. Pimienta. Orégano. Canela.
Agrega la mezcla al caldero, y con una pala de madera lo remueve de vez en cuando. La superficie burbujea. Las hojas bailan bajo el calor. Poco a poco, el agua deja de ser agua—se convierte en un remedio, un bebedizo vivo, hecho por la sabiduría del monte y las manos que saben escuchar.
Carmen se acerca y le da una última vuelta al caldero con la gran pala de madera. Luego prueba un poco del líquido y sonríe: “¡Buenísimo!” Cuando el fuego finalmente se apaga y el brebaje se ha enfriado, Carmen saca las hojas y corteza y lo embotella lentamente, como si estuviera llenando frascos de oro líquido. Ahora está listo para sanar.
Entre Tradición y el Cambio
Pero esta vez, el bebedizo tiene un sabor diferente. No por las hierbas, ni por la mezcla de cortezas, raíces y especias. No. Es diferente porque esta es la última vez que Carmen prepara un bebedizo en el calvario de Olivorio Mateo.
“Yo llegué aquí con todos mis hijos,” dice “Y vivimos en esta religión. Pero ahora ellos pertenecen a otra religión, a la religión evangélica, porque ellos se convirtieron toditos.”
Su voz no tiene tristeza, sino claridad. Sabe que los caminos cambian, que las nuevas generaciones traen sus propias búsquedas. “Por lo menos sé de mí, que estoy aquí. Pero con la nueva generación que hay, yo no puedo contar. Porque ellos están en otra religión.”
Carmen reconoce que su tiempo en el calvario se acerca a su fin. "Ya yo de ahora pa’lante voy a salir de aquí. No sé qué día, no sé en qué momento..." Lo dice sin apuro, con la serenidad de quien ha cumplido su misión.
Pero también habla con certeza: “Esto no va a quedar solo. Aquí va a venir alguien. Alguien va a seguir trabajando en esta misión. Porque esto aquí, en ningún momento va a quedar solo.”
Y así, mientras las últimas brasas se enfrían detrás de su casa, Carmen termina el ciclo. El calvario, testigo de años de oración, medicina y sueños, guarda sus huellas entre la tierra y las piedras. Puede que ella se vaya, pero su trabajo no termina. Porque el monte recuerda. Las espíritus recuerdan. Y la misión continúa.